Balbina Lightowler

MACRO

2012

Mirar desde los pastos. Echarse sobre el musgo y percibir como lo hace un escarabajo. Sentir desde esa altura: las esporas surcando la superficie, las aves enormes libando, el día cubierto por troncos y ramas. A esa escala el tiempo ocurre de otra forma, quizás a la velocidad de las enredaderas, buscando pausadamente un apoyo, para así estirar su figura y alcanzar la luz. Entrar en esa dimensión genera en nosotros calma, pero también una tensión: estamos nuevamente frente a lo no-humano y sus reglas.

Cuando estuve por primera vez frente a la obra de Balbina Lightowler presentí esa calma tensa; por un lado, el encuentro con el verde bajaba las alteraciones de la ciudad y, por otro, algo me decía que en esa mezcla de flores, sombras y escenas recortadas, debía perseguir o descubrir un elemento que se me escapaba. No sería arriesgado decir, que en la construcción de sus imágenes existe un lenguaje que nos habla de lo remoto, de un origen que antecede al pensamiento y que está más cerca de la intuición.

Parte de eso también tiene que ver con la infancia, ese momento en que no terminamos de separarnos de lo natural. Sólo en esa etapa podemos ver tan claramente como ve un escarabajo y advertir que un espacio reducido puede convertirse en ilimitado. Sin embargo, hay otro instante, y es en los sueños donde distintas zonas visitadas se cruzan y crean un nuevo lugar: así funcionan los collage de Lightowler, en ellos accedemos a sitios en los que creemos haber estado.

Su labor técnica es otra demostración de su diminuta escala. Como en el caso de una bióloga, Balbina trabaja con distintas pruebas: fotografías que luego serán cruzadas o alteradas en conjunto con otras fotografías. Todo ello luego será impreso sobre una película transparente, para ser repasado en color, borrado o simplemente transformado. La primera versión decanta, adquiere profundidad, comienza a sugerir, para que al final sea la iluminación una de las tantas protagonistas: dependiendo de ella hallaremos surcos, vacíos, formas claras. Al igual que en un sueño o en un recuerdo de la infancia, volver a una de estas obras nunca será lo mismo y en eso complotará el ojo hasta hacer cada visita una visita más difusa.

Balbina nos lleva a ese momento anterior a la ruptura del contrato de la simbiosis con el mundo: nos integramos con lo que no somos y formamos parte de esa extrañeza. Por eso, es posible que sólo el arte en estos tiempos pueda darnos una verdadera sensación de esa marca imborrable que hemos realizado en el planeta y de lo que perdemos al no fundirnos con el vocabulario silencioso de los bosques o los reflejos del agua. El poeta John Keats ya lo decía: “Touch has a memory”; y de seguro, traducir esa experiencia con intensidad podría devolvernos la verdadera memoria del cuerpo y de la materia.

 

Diego Alfaro Palma